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- 273- decido, aún estás débil, podrá repetirte la terciana; {espero que no, porque ya te espera el ministerio), pero ese padecer, esa dulce resignación, esa paz de ánimo, esa propia indiferencia ¿es tuya? ¡Oh cuánto debes, Fr. Diego mío! ¡Oh cuánto, cuánto! Ama, ama, arna y déjate todo a Dios, que tan bueno es para tí, y, confiado en su misma bondad, no caigas de ánimo, por más que quieran desenfrenarse las pasiones. Déjate ejercitar , pues también quiere el Señor que te ejerciten. Nada, nada, nada, como di– ces, quieras, sino dejarte en todo, todo, todo a la voluntad rectísima y ordenadísima del que con tan visibles pruebas quiere que t e dejes y le ames. Desde que predicaste en Málaga de ese dulcísi– mo Santo, es verdadero protector tuyo, y de su es– píritu, no del tuyo, fué la Misión del Real Sitio de Aranjuez. Corramos los velos. ¿Fuiste tú el que pre– dicaste allí? Tu destemplado acre genio; tu celo no siempre desnudo de él; tu natural propensión a la ira; el aborrecimiento a la dominante corrupción del siglo y libertinaje de costumbres; tu edad fuerte, tu constitución de azufre, tu eficacia innata, comenza– ron y te prepararon a la carrera que hasta ahora has seguido. No bien dejado al que te puso en ella y algo confiado en los medios que elegías, comenzas– te a ser misionero, y a serlo con ardor, con furor, con duras invectivas contra los vicios y los vicio– sos. Los reprendías con dureza, los aterrabas con amenazas y los movías con terrores. Así convi– no entonces para hacerte visible y famoso en el r eino, y por ese medio, en que tanta parte tenia el imperfectísimo Fr. Diego, se te fa cilitó darte a conocer en la corte y en presencia de los grandes del mundo. Pero ¿les predicó este Fr. Diego in tem– pore? ¿Les habló este austero capuchino? ¿Les ate– rró, les confundió, los movió con terribles amena-
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