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-261 - rancia para ostentar su grandeza. Sería pretender un imposible querer decirle a usted la extremada dulzu– ra, abundancia, eficacia, penetración con que he pre– dicado esta Novena, y esto tan de corazón, que más él que los labios pronunciaba lo que decía. Yo ll eno de paz, de segLiridad, con un magisterio o gravedad humilde, que a mí propio me era extraño. Las gentes de todas clases, po.seidas de un júbilo singularísimo, asombrados, enamorados perdidos del misionero. Los primeros ministros, los grandes de España, las gen– tes ilustres, los eclesiásticos , los pobrecitos, en fin, todos conmovidos, g lorificando a Dios y publicando sus maravillas. » El Beato Diego en Palacio. -«Llegaban las no– ticias al Palacio, llevadas del P. Confesor, uno de los más apasionados o afectos, que sólo una tarde dejó de asistir por estar accidentado, o de los demás q:ie allí si rven, se conmovían las Personas reales, querían oí r , y, como no podían presentarse en los concursos, pidieron los Sres. Príncipes e Infa ntes al Rey Ntro. Señor, que les predicase yo algunas plú– ticas después de la Novena. Concediólo S. M., y en efecto, se tuvieron en las tardes de los días 15 y 16 , estando sus Altezas en sus respectivos tribunas, qui– tadas las celosi&s, la Grandeza en la Capi lla Mayor y el pueblo en el cuerpo de la Ig lesia. La abundancia de las misericordws de Dios en esas tardes me deja pobre de voces para significárselas a usted: basta de– cir que su carta llegó el día 16, antes de la segunda plática a sus Altezas, y ví me mandaba usted en ella lo mismo puntualísimamente que me estaba sucedien– do. Las admiraciones de sus Altezas, las celebracio– nes, el amor, respeto, veneración que me han mani– festado me confunde sólo el pensa rlo , esto es, hablan– do de lo poco que percibo, que, según conjeturo, sus expresiones son rarísimas y extrañas . ¡Dios se las dé
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