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-260- Misión en Aranjuez.- «Con indecible consuelo de mi espíritu-escribe desde Aranjuez--recibo la muy apreciable de usted del día 11 del corriente, cuyos efectos fueron hacerme ver con claridad, o confirmarme en lo que ya pensaba anteriormente de que la rara, admirable y nueva disposición en que me hallo, desde que me acerqué a la corte, pero mucho más desde que llegué a este Real Sitio, eran dimanados . de los preceptos y bendiciones que mi Padre de mi alma me daba desde allá. ¡Oh Padre mío, cuánto le debe a Dios esta su ingratísima cria– tl,lra! El deseo de su corazón de usted es un precep– to para mí, que sin entenderlo yo, me da su cumpli– miento. Cada día es mayor en esto mi asombro, por– que es repetida la experiencia. Dudo alguna vez de esta verdad, o llevado de mis temores o cobarde en se– pararme de lo que mis pasiones me piden; y siempre, siempre, siempre experimento lo ya dicho. ¡Engran– decidas sean las misericordias de Dios con esta su miserable criatura! ¡Bendito sea mil veces el que me ha dado a usted por Padre! ¡Padre mío! ¡Padre de mi alma, que el corazón salta o no sé lo que con esto sucede! Vamos a lo que usted manda le avise, por– que el tiempo es cortísimo. Para la Misión de este Real Sitio, me ocurrió predicar las Bienaventuranzas en los nueve días, que, como novena de S. Antonio, había de durar la predicación. Seguí este pensamiento con un modo tan singular, que, exceptuando la explicación de la virtud que solía (no siempre) leer en algún autor y la inteligencia de las virtudes que a cada bienaven– turanza corresponden, todo lo demás, en sus divisio– nes menudísimas y multiplicadas, en sus pruebas, convencimientos, exhortaciones, etc., puedo asegu– rar casi con juramento que todo ha sido infuso, o da– do del que quiere por su bondad valerse de mi igno-

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