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-248- peño en venerarte, seguirte, honrarte y juzgarte lo que no eres a sus ojos divinos, que ven el fondo de tus miserias, me hace alabarle, glorificarle y desear– te más y más celo suave, amoroso, discreto, pruden– te, tranquilo por ahora, y hasta que, insinuado en los corazones, con él se te rindan, amen, apreci en tus doctrinas, y llegue el tiempo determinado por el que te conduce, de usar de él (sin turbar la paz que te conserva interiormente el que amas y cuya sola gloria te anima) con ardor, con denuedo, con valor, con autoridad, pues la que te da el ministerio es su– perior a toda otra que quiera impedir, contradecir y estorbar sus progresos y frutos. Fr. Diego, misione– ro, es un legítimo enviado de Dios a España para que en ella predique el Evangelio de Jesucristo y haga revivir el espíritu del cristianismo, que intenta sofo– car la disimulada y enmascarada impiedad del liber– tinaje que casi domina, y de día en día más se pro– paga y más corrompe los sentimientos de la rel igión y la moral. En esta Misión, ciertamente del Señor, te debes portar como él mismo, cuando fué enviado de su Padre al mundo. ¡Qué humilde! ¡Qué manso! ¡Qué sufrido! Todo, todo empleado en llenar y cum– plir la voluntad del que lo envió, sin buscar ni que– rer otra gloria que la del mismo que para eso se sir– vió de él. Pero, sin embargo de su divina mansedum– bre, le vemos indignado, arrebatado de santo celo, formar azotes y arrojar del t emplo a los que le pro– fanaban con sus irreverencias. Los S antos Apósto– les no de otro modo se portaban en su misión: sua– ves, dulces, condescendientes y sufridos, mientras que no se desatendía la santidad de la palabra que anunciaban; pero cuando un Elimas quiio impedir sus progresos, le anatematizó y privó de la vista S an Pablo, y San Pedro supo desatender a los que le ordenaron que no predicara.

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