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- 232- Llegó el día temido de la ejecución. Salió con •coroza de llamas y diablos pintados, que, unida a su fealdad, le daba imponente aspecto. A su lado iba el P. Maestro González, exhortando a los circunstan– tes a que pidieran por ella, y, cuando todo el mundo lloraba, ella permanecía impasible. Entonces el Pa– dre Teodomiro de la Vega, del Oratorio, oyéndola blasfemar horriblemente, la amenazó con el Crucifijo, y la beata prorrumpió súbitamente en lágrimas, pi– dió confesión, y murió ahorcada con grandes mues– -tras de arrepentimiento y pidiendo perdón por sus malos ejemplos a los circunstantes. «Su impeniten cia,-escribe el Padre González– conservada hasta la relajación al brazo secular, puso -a todo este grande y piadoso pueblo en la mayor contristación y empeiio con Dios , po rque la convirtie– se. ¡Qué día de amargura, al ver su insensibilidad y frescura, oye ndo su causa! ¡Qué esfuerzos los de los ministros por conservar su vida y su salvación, si hu– biera hecho en tiempo oportuno la abjuración de sus errores! Quiso Dios que muriese, y, sentenciada, deshizo la durez a de su corazón; lloró, pidió confe– sión, detestó sus errores , publicó su perversa malicia , y, después de haber confesado en la cárcel con el P. Vega, que escogió de los cinco que éramos, salió de ella, para ser quemada (después de muerta con garro– te) abrazada con un santo Crucifij o, derretida en con– fiadas jaculatorias, llenando de lágrimas y edifica– ción a los que tantas habían antes vertido por su conversión. Sobre el quemadero volvió a confesar y pedir ptíblico perdón de su escándalo. y sufrió el merecido suplicio, que pudo, pero no quiso evitarse. Ruega por su alma, y ten por certísimo que al menos cesó, por los ruegos de tantos, el deshonor de la vir– tud, si hubiera espirado corno merecía esta embustera. Yo estuve desde la tarde del 22 a su lado; nunca

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