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-210 - n'=rlos de ser fiel a Dios y atento a vivir como debo. La oración ya no la apetezco, aunque no falta el conocimiento de su necesi dad e importancia; la pre– dicación es árida, y no fecunda; pero si con inte– rior paz y resignación. Me muevo poco en ella, aunque no dejo de quedarlo algo, metafísicamen– te, para después; y a es to atribuyo la escasa mo– ción que advierto en el pueblo. ¿Cuándo seré el que debo y Dios con usted o por usted me manda? Temo, Padre de mi alma, el auferetur a vobis reg– num Dei, et dabitur genti facienti f ructus ejus; y que verificado en mí, por mi porfi adisima ingrati– tud , sea excluido de ll ena r los fines a que estaba destinado, por no ejercitarme en los medios, según es mi ob ligación y usted me enseña. Pida usted al Señor no me excluya del número de los jornaleros que tiene para el culti vo de su viña. La caridad y amor al prójimo no la hallo en mi; los deseos de su salvación tampoco ; trabajar por su bien espiritual me es muy indiferente y tal vez repugnante y gravo– so. Mire usted, Padre mio, qué progresos tan consi– derables ha ce en el camino de Dios el hijo que tanto le debe. ¿Y no más? Lo que me pone en cuidado es que siendo la sola memoria de usted un estímulo po– derosísimo par11 mí, pues sola ella bastaba para arre– glarme y obrar con el modo que debía, ahora me es tal que, como insulso y sin sustancia, ahora nada bueno ni malo me impresiona ni causa ; y tal vez pienso que ni sus cartas, que siempre han sido la resurrección del fétido Lázaroi han de servirme de cosa alguna. Usted comprenderá por aquí como me hallo. » «El día 24 del pasado llegamos aquí, y el 25 por la tarde dí principio a la predicación; esta se reduce a tenerla en la plaza las tardes los domingos, lunes, miércoles y viernes, y en la Iglesia los miércoles y viernes por la mañana, y los sábados por la noche
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