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-193- de su acuerdo ante las prudentísimas razones del Siervo de Dios. Devolvióle las licencias, con mil protestas de honor; pero él nunca volvió a usarlas, y sólo rarísimamente en lo que le restó de vida fué a dichos conventos, quedando privadas por sus divi– siones las religiosas de su celestial doctrina, para escarmiento de las que rechazan a tiempo la voz de Dios. Misión de Jaén. -En el intermedio de estas car– tas salió el Beato Diego para empezar la Misión de Jaén. «Salí de Málaga el día 12, escribe, y por el camino, especialmente en las dos últimas jornadas , o desde que entré en la jurisdicción de este Obispado, fué casi insufrible el concurso de las gentes y el tropel de los pueblos comarcanos. ¡Oh cuánto, Padre de mi corazón, me llenaba de compasión y me lastimaba de oir a algunas personas, hombres y mujeres, que en toda la noche no habían cesado de caminar para llegar a besar la mano y recibir la bendición de este, por sus obras, antípoda de J esucristo ! ¡A muchas pobres mujeres co rrer en ayunas y con el ardor del sol las dos, tres y más leguas a pie por el propio fin! ¡Qué tumultuarse los pueblos de Torredonjimeno y Torrecampo (que son bien grandes) saliendo al cami– no y a sus arrabales por donde era forzoso el trán– sito! ¡Qué atropellarse unos a otros y atrnpellarme, ita ut turbae se invicem conculcarent por llegar a este miserable! Veía llorar a gritos hombres, mu– jeres y niños, unos pidiendo la lluvia, otros compii n– gidos de sus culpas, y todos clamando: ¡Padre de mi alma! ¡Padre de mi corazón! y otras muchas se111e· jantes expresiones. Costó mucho trabajo, tiempo y fatigas vernos libres de estos pueblos, y aunque in– teri ormente me apuraba algo, procuraba tirar mi corazón por el suelo, y callar y hacerme como un tronco en lo exterior, ya para recogerme o ya para

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