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~ 191 - dicción, ¿a qué irse a dar satisfacción, a preten– der informes, a dar razón de su doctrina? De– bes darla cuando la superioridad te pregunte so– bre ella; pero, sin ser preguntado, no hiciste bien: fué sugestión de enmasca rado amor propio, fué tal vez alguna oculta complacencia en tratar con esas criaturas, y, si sólo hubo deseo de su bien, fue indis– creto, inoportuno y defectuoso el medio que esco– giste. ¡Ah qué verdad es que hay mucha distancia del dicho al hecho! T odos queremos, mientras no ll e– ga, seguir con la cruz respectiva al que va delante con la gravísima que le cargamos; pero, en habiéndo– la, la evitamos o queremos evitar. No, no aprnebo la satisfacción intentada y en parte cometida; y sea regla general padecer en silencio (y si te lo dieren con gusto) toda humillación, sea la que fuere y ven– ga de quien venga. Sólo preguntado por legitimo su– perior debes responder, y sólo conviniendo a la glo– ria de Dios, defensa de su palabra o quitar a los pusilánimes el esctl.ndalo, que sin dárselo se lo su e– len tomar , permito una ingenua, suave y humilde apología de tu ministerio y doctrina. Hazte duro, que queda mucho, y aun no has co– menzado_a sufrir contradi cciones; fía en el que te manda, que contra su soberana protección ¿hay arn – so potestad que pueda mils que contradecir y fl l fin rendirse? ¿Cuántas veces te he dicho esto , y te lo ha dicho, tiempo hace, en Ubrique el Señor? ¿Qué importa que se conjure mundo e infierno contra lu ministerio? El que te envía te sostendrá.¿Y lo dudas? Parece que sí; porque si un tonto en Cádiz dijo una simpleza, ya fuiste a prevenir al Gobernador; si en Ecija obraste lo que se te aprobó, ya solicitaste en el Sr. Obispo apoyo; si en Granada se inquietó el Acuerdo, ya te llenaste de cuidados. ¡Vive Dios, que eres un apocado ministro suyo! ¿Qué es eso de te-

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