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-186- to, mas no tanto que faltase el escándalo de haber recibido una señora a su enemigo con tan mal modo, que se aseguró le había tirado una silla a la cabeza. Esto y otras cosillas de la misma especie me refirie– ron la tarde siguiente cuando iba a predicar; lo sentí, pero no me moví a cosa alguna. Yendo ya por la calle para la plaza, y llevando el Crucifijo grande reclinado sobre el pecho y el brazo izquierdo, me sentí dar un vuelco el corazón y moverme a no ha– cer acto de contrición aquelia tarde. Empezaron los temores de si sería cosa mía y se reiría el pueblo etc ; pero, acordándome que usted me tenía mandado siga estos movimientos, me resol vi a ello, y para más seguridad se lo propuse al P. Eusebio y lo aprobó. En efecto, al concluir la plática, reconvine al pueblo con IR desconfianza que me quedaba de que se aprovech1ría de lo que acababa de enseñarles, poniéndoles por prueba el poco fruto de la tardean– tecedente. Díjeles, con mucha serenidad en el modo y fuerza en la expresión, que darfan lugar a que Dios tomase la mano, como la tomaría, si no trataban de darse por entendidos; que yo me empeñaba en que no sucediese, mas que desde entonces levantaba mi mano para que se cumpliese la voluntad de Dios. Pedí al Señor volviese por su causa, y al pueblo di– je que no le daba los remedios que para su justifica– ción y salvación propongo en mis sermones, porque ni la frecuencia de los Santos Sacramentos, ni la oración, ni la devoción a Ntra. Señora podían ser útil a los que desprecian la palabra de Dios; y les exhor– taba, como Cristo, mi Señor, a Judas, que siguiesen en sus designios de ofenderle y aumentar sus culpas etc., y que en esta inteligencia me retiraba dejándo– los en manos de su mal consejo. Retiréme, y nos volvimos a nuestro destino, quedando la plaza llena de gritos, llanto, confusión y otros varios afectos y
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