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- 178 - pos más distinguidos, los príncipes de la Iglesia, y harán algún día los soberanos? Tú, doctorado; tú, canónigo; tú, aclamado doctísimo; tú, venerado santo; tú, creído milagroso; y lo que es más ad– mirable para mí: empeñado Dios en que seas así a los ojos del mundo, y cada día se empeñará más y más. ¿No sabe Dios lo que eres, lo que fuiste y lo que serias dejado a tí? ¿Pues por qué conti– go singulariza el colmo de sus gracias ruidosas y que tanto lisonjean el propio amor, conservando tu corazón humildemente reconocido y como tediado de lo que tanto por si apetecería? ¡Ah, hijo de mi alma ! El porqué lo veo, no es otro que haber querido por su bondad, y porque nuestro Reino está privativamente protegido de la Santísima Virgen en el tierno miste– rio de su Inmaculada Concepción, que un Capuchino, hijo del Santo Patriarca, cuya Religión es entre to– das Concepcionista, se encargue de la reparación de las graves quiebras que va haciendo en la religión la relajación de las costumbres; la que, conseguida, tal vez tendrá por consecuencia la declaración del Misterio, o qué sé yo si contribuirás no poco en su oportuno tiempo, en el que se te dará luz, inteligen– cia y sabiduría, que no hallarás en otro libro que en el que comerás, digerirás y harás tuyo, transforma– do por perfecta imitación en él. Este es el fin para que vives; a este se ordenan como medios congruos esos aplausos que no mereces, esas doctrinas, que no son tuyas, sino del que te envió a anunciarlas; los beneficios que con viva fe harás a tus prójimos, cuando la tengas; las contradiéciones que permitirá el que no se las dispensó a su Hijo y a sus discípulos, cuando esté cerca su misericordia de las necesidades del reino y quiera remediarlas. » (1 ). (1) El P. González creyó en una fácil derrota de la

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