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-177- se le apareció nuestro Señor Jesucristo con la cruz acuestas, en la misma actitud que en el camino del Calvario. Cuando pasaba por el presbiterio, hizo el Se– ñor como que se caía, rendido por el peso de la Cruz , hasta dar con su boca santísima en tierra. Corrió el Beato al verlo, espantado y lleno::a la vez de com– pasión, a sostener a su Dios, y, fuera de sí, le dijo: -¿Qué es esto, Señor? ¿Por qué váis a caer? -¿No he de caer-respondió Jesucristo-cuando tú que me sostenías piensas dejarme, con daño de mis redimidos y de las ovejas extraviadas? Confuso quedó el Siervo de Dios y avergonzado de su cobardía, y, lleno de lágrimas, propuso en su corazón no desmayar en la empresa por Dios enco– mendada. En la Misión de Jaén volveremos a ver a Cristo, apoyándos~ en el Beato Diego, con inefable consuelo de nuestro Apóstol. He aquí cómo juzgó este estado de ánimo su Di– rector. Primero lo alienta, diciéndole lo que Dios quiere de él: «Lo que el Señor te inspira de imitar con cuanta perfección puedas la vida de nuestro dul– císimo Jesús y no impedir los altos fines de su Pro– videncia sobre tí y tu ministerio, es lo que jamás pierdo de vista en tu dirección, porque , desde que te vi y oí en la primera vez, ocupó mi deseo de tra– tarte y darte mi corazón, porque me pareció que (para que imitando al Redentor coadyuvases a los fines de la redención y a sostener el decadente es– píritu del cristianismo y el de la religión que en el reino vacila) se quería valer de ti, como el menos proporcionado instrumento, para que toda la gloria de tu ministerio la reconozcas tú y el mundo en su principio. Porque, seamos prácticos, ¿qué eres en los ojos de Dios, y si no te engañas mucho en los tuyos? ¿Y qué no ha hecho Dios que hagan contigo los pueblos cultos, las ciudades populosas, los cuer-

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