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-164 - cho desde el primer día: fué este sermón de más ar– dor y fuerzas de lo que puedo insinuar a usted. Cada pasaje de la S . Escritura , o de alguna historia opor– tuna, era una espada que no dejaba efugio ni tenía su golpe resistencia: yo mismo lo conocía así. Tomé por tíltimo el Santo Cristo y empecé a reconvenirle con lo duro de aquel precepto, proseguí alegando nuestro derecho a la honra y le dije con despego: Señor ¿qué ley es esta tan dura? ¿Y nuestro honor? Tú lo has dispuesto; pero ¿qué sabes tú lo que es honor? Tú , nacido entre brutos, criado en la tienda de un pobre carpintero, tratando sieillpre con la gente más soez de los pueblos y últimamente muer– to afrentosamente en esa Cruz ¿qué sabes lo que es honor y estimación? ¡Anda, Seiíor, que tú no sabes de eso! ¡Es muy dura esa ley para nosotros! Levan– té aquí furiosamente el grito contra el pueblo, dando a conocer algo lo horrible de esta blasfemia, expre– sión tan común en el interior de los que se hafüm en– tre odios, y concluí por pedir al Sefior se levantase a juzgar su causa; y fin almente le pedi diese nuevo ejemplo de perdonar a los enemigos, perdonándome a mí etc. A esto se deshacían en llanto, se tiraban algunos por el suelo y fué notabl e la conmoción de todos. Las resultas fueron prodigiosas; se reconci– liaron todos; se trató de finaliz ar los pleitos, y así se efectuó en los dos o tres posteriores dias que allí se– guí predicando, y, con pasmo y admiración de cuan– tos lo han sabido, se compuso a mi satisfacción todo, porque unos y otros se pusieron en mis manos y que– dó todo remediado. Dios sea alabado por todo. Otro caso notable sucedió en esta ocasión, y fué que unos sefiores de un pueblo algo distante vinie– ron con un nifio único, heredero de sus crecidos cau– dales, para que le dijese algún Evangelio, por estar totalment e baldado de pies a cabeza; hecho esto se

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