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-152- -gelio o cédula (yo no lo ví); se dijo de algún otro desahuciado haber recobrado su salud con las cédu– '1as; se divulgó el modo de opinar de los más doctos sobre mi predicación; veían a las comunidades todas, los religiosos más graves, los doctores y demás ·eclesiásticos recomendables por sus canas, su virtud, sus letras o empleos, que todos a porfía venían a los sermones, que se sentaban en el suelo con los demás, que corrían precipitadamente por lograr sitio, aun en presencia del Ilmo. y su Cabildo; veían su mo– ción, su llanto, etc., y fué la causa, creo, pensasen o •creyesen había en mí lo que en verdad no hay: me seguían y perseguían, de modo que fué necesario pusiesen diez y nueve o veinte soldados todos los días en el convento donde estaba, a custodiar puer– tas, ángulos, etc . Si me movía de un sitio a otro, y más, si salía a la calle para mi tarea, iban cinco o ·siete de ellos con bayoneta calada, cuidando a este antípoda de jesucristo, mi Señor: iban otros religio– ·sos, y con todo no siempre bastaba. Es más, Padre mío, de lo que puedo decir o explicar. Esto me cansaba mucho y alguna vez me hacía -como enfadarme. Mi interior me parece lo miraba esto con indiferencia y seriamente lo dirigía a su Ie– ·gítimo dueño: procuraba tirar mi corazón al suelo para que lo pisasen los que aquello hacían. Paréceme me libertó el Señor de toda vana complacencia; mas no me fío, porque si esto faltase, quizá me hub iera disgustado . ¡No tengo duda de esto! Ecija es buen testigo de esto. Lo que sí me hacía mucha fuerza era ver llorar las gentes, pobres y ricos; los señores y aun los sacerdotes, de sólo verme, se tiraban a tierra, se ponían de rodillas, cuando me veían veni r o pasar inmediato. ¡Oh cuánto me pesa esto! ¡Oh qué cuchillo es para mi corazón! Dios se lo dé a usted a conocer, pues yo no lo entiendo. ¿A qué

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