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XV su momento expansivo en que el medio social le es favorable. El protestantismo, que en su tiempo fué peligroso, hoy no logra dar un paso, perdida toda su virulencia primitiva. El el momento que vamos a es– tudiar todo favorece a la revolución, que está en las ideas, en las costumbres, en el ambiente mismo. Un ansia desaforada de libertad y de progreso agita las sociedades , a las que acaban de deslumbrar las cien– cias que nacen y las conquistas de nuestra civiliza– ción, que a toda costa se quieren hacer incompatibles con la fe. En estas circunstancias se levanta el Beato Diego, y solo, en lucha titünica, logra que naz– ca muerta la revolución. La reforma del pueblo cris– tiano, entonces muy corrompido en sus costumbres, es el ataque indirecto, es quitar el combustible so– cial, que hace mayor el peligro. El ataqtte directo a la revolución viene después, dejando depositado en el corazón del pueblo el horror instintivo a las má– ximas impías, el cuerpo de enseiianzas que ha de oponerle y la apología indestructible de sus mila– gros. Así en toda lEl historia de la revoiución española del siglo XIX se verá al pueblo creyente, que se aparta con horror de los revolucionarios, y les hélce el vacío. y execra sus robos, dándoles el estigma de sacrilegos, y ofrece la muralla de sus pechos para salvar el tesoro de su fe. ¡Cuán grande es la deuda de la Espaiia católica con el Beato Diego José de Céidiz, atleta invencible, cuyo robusto empuje supo contener la apostasía de su pueblo y poner en ver– gonzosa huida a las falanges de la impiedad! Pasado el momento de peligro, el período expansivo de la revolución impía , los aüiques sucesivos se van que– brando, corno se quiebran y deshacen las olas impo– tentes, ante los robustos muros de la f e y la piedad españolas.

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