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- 139 - El Beato contestó con la siguiente, que puede considerarse como epílogo de la Misión de Málaga: «Aquí siguen-dice-los frutos de la Misión, pues en toda la Semana Santa no se ha presentado pro– fanidad ni indecencia alguna en el público. Entre es– te fruto cuento tres personas religiosas, de las que dos se me han entregado del todo, y la otra la voy conquistando con maña. Son cosas muy raras por su gravedad. De estas una es aquella religiosa que es– tá en depósito, pleiteando por anular su profesión. Esta, de resultas de oírme por las calles con el san• to Crucifijo y en su convento ad erales , se me ha entregado del todo, tanto, que aunque le viniera sentencia favorable, dice, no dejaría de seguirme, si yo no le falto con la debida asistencia. Esto sucedió el Jueves Santo por la tarde, y así me voy con el do– lor de dejármela en estos principios, difiriendo su total remedio hasta mi regreso, que con esta 110\'e– dad intento apresurar. Los pecados del pueblo no dejan de abrumarme bastante , sin duda porque no reconozco los gravísi · mas míos . Con este pensamiento estaba un día en el coro con la Comunidad , como queriendo disuadirme de su peso, y se me ocurrió con viveza y eficacia, cuánta era mi deuda a satisfacerlos, en vista de lo que mi Señor Jesucristo hizo y padeció, aún siendo justo, por los ajenos que tomó a su cargo. Con este mismo peso suelo sobresaltarme, cuando hay alguna ocurrencia de males temporales en el pueblo. Tal fué la del Jueves Santo en la noche, con una recia tor– menta, en la que me fatigué bastante, y viendo arre· ciaba, empecé a clamar a Dios. Dió un trueno bien fuerte, y, sin poder contenerme, eché a llorar, abra• zado con el Crucifijo, que uso en el pecho , pidiéndo– le por Málaga, que no hubiera desgracias; repitió otro bien recio, y me deshacía clamando: ¿Por qué
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