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XIV quidación de su poderío y aun de sus tesoros esp1n– tuales para curarla de su ceguera, ni aun la visión del terrorismo sangriento, para que vuelva a los. principios esenciales de la política cristiana, y que– me los ídolos de la revolución, y retorne al seno de la unidad católica, principio fundamental de su g randeza . Al mismo ti empo que la rep:-obación de la Corte y de la España oficial, empieza, organizada por el Beato Diego . la resistencia católica . La explosión in– fernal de la ciencia impía alumbrará con resplando– res de infierno a la infortunada Espaiia; caerá el trono , perdido el prestigio secular y la aureola de la majest ad; arderún hechos asti ll as los altares; serán vendidos en pública subasta sus tesoros artísticos; la lg lesi8 seréÍ despojada y reducida a la miseria; irán a la exclaustración las Ordenes Religiosas; Obis– pos , como Vélez y Strauch, serán perseguido el uno y el otro bárbaramente asesinado; la matanza de los frailes, mejor dicho, su glorioso martirio, se grabará como estigma indeleble sobre la frente de los ver– dugos de la revolución; perderánse las Colonia>', y arder{! España de norte a sur en guerras fratricidas y pronunciamientoi:> estúpidos; pero en esta página ne– gra, que abarca ya mús de un siglo de desastres, hay algo que ni el ariete de la falsa ciencia, ni la espada del verdugo, ni el cieno de la calumnia logra des– truir, y es la resistencia ctitólicil, es la fe de nuestro pueblo, sostenida en momentos críticos por el Beato– Diego y demostrada con ruidosos milagros ante au– ditorios de 40.000 almas, y que aun en las postrime– rías del siglo XIX logra poner 14.000 hombres en el Vaticano para celebrar el triunfo del Beato y afir– mar ante el Vicario de Cristo que la fe de España no morirá. En nuestro sentir, toda herejía o revolución tiene

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