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-129- vencimiento de que con Dios todo lo puedes ¿qué hi– ciste? Bien en irte a postrar a los pies del Dador, re– conocer el don y ofr~certe agradecido a servirle; pe– ro mal, muy mal, en rendirte a los movimientos de tu propio amor, cobardía, ruindad de corazón y encogi– miento de espíritu, que, por no vencerlo con esfor– zada fe y confianza, tanto te estorba y ata las ma– nos d-=I que desea (más de lo que piensas) hacerte instrumento de su gloria. Dime, ruinísimo ministro: En aquel lance ¿qué causa hiciste? ¿No fué la de Dios? ¿No te la inspiró? ¿No te la aprobé? ¿No se te mandó que la hicieses? ¿No te llenó el Señor de su espíritu, de su celo, de su ardor, y no ttí, sino el que sirves, <lió todo el impulso al golpe que lo deshizo y arrojó despedazado de la Cruz? ¿Pues qué necesi– dad tenías de humana protección? ¿Qué de la apro– bación de lo ya hecho y con anticipación aprobado? ¿Qué de disculparte y manifestar que fuiste inspira– do y aconsejado por mí? ¡Fr. Diego! ¡Fr. Diego! ¿Que prueba esta cobar– de conducta? ¡Ah, cuánto te impide y hace inhábil! Temiste resultas: ¿Cuáles? ¿Que te juzgaran l0co, intrépido, precipitado? ¿Que te arrojaran con desho– nor? ¿Que te acusaran al Consejo? ¿Que te expa– triaran? ¿Que te quemaran vivo? ¿Y qué? ¿Y qué? ¿Cuándo más feliz? En dos palabras: no tiene per– fecto amor je Dios quien así teme y así obra . ¡Mal dicho y mal hecho lo que hic iste y dijiste! Nunca, después que obres, como en esta ocasión , con con– sejo, con inspiración, con previa oración y pura in– tención, des lugar a reflex ión alguna, aunque te combatan millones de ellas. ¡Por Dios lo he hecho! Venga lo que venga, Dios, y no los hombres, me sostendrá; y si quiere que pierda la honra, el minis– terio, la vida ¿para qué quiero lo que quiere que pierda el que todo lo perdió por amarme a mi?
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