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-128- tan energicamente al teatro, dominado por un furor divino, y conseguir arrasarlo hasta los cimientos; y al verlo entre los Capitulares de Ecija, enarbolando el Crucifijo y amenazando con terribles castigos a los culpables, quisiéramos que se apareciera en me– dio de los de hoy, y dejara helada de espanto a esta plaga moral del teatro moderno, que está degene– rando por completo a nuestra raza. ¿Quién creyera que el que pedía al Señor vivir hasta el día del Juicio para salvar a las almas; el que se quería poner en la puerta del infierno para impe– dir a otros la entrada; el que suplicaba a Dios el don de milagros para bien de los prójimos, había de te– ner algo reprensible? Véase cómo lo reprende el sa– pientísimo Padre González, tratando de modelar aquel santazo para la épica lucha emprendida contra las ideas del siglo: «Mi amado hijo Fr. Diego: Dos he recibido: una desde Ecija, del 1. 0 de diciembre, otra de Málaga, del 29; y a una y otra ¿qué respuesta he de dar, que no sea repetir que tü siempre tü, y Dios siempre pa · ra tí Dios? Los efectos de la resolución tomada en el sermón ültimo de la ciudad, esto es, el argumento, la división las pruebas, la oportunidad, los símiles y ejemplos,. aunque no fué tuyo, como nada lo es, puede serlo en parte. ¿Pero fué tuyo, o puede serlo, el ardor, el furor sacro, la presencia de espíritu, con que, todo poseído de celo, le reconviniste? ¿Lo fué o pudo ser el frenesí o locura evangélica con que manejaste el Crucifijo y su destrozo? Y después de haberse el Señor insinuado en tu miseria, para que contenida fuese toda suya la poderosa virtud de su divina pala– bra, para aturdirlos, confundirlos y resolverlos a dar ütil destino al profano coliseo y a otros saludables frutos de bendición; y después, digo, de este con-

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