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-126 - Cruz sobre la mesa, y dando golpes recios con ella tendida, decía: que aquel, así despedazado y muer– to, sería el Juez ante quien comparecerían; que él era el oprimido en Usía, el perseguido en el pobre, el abandonado en el huérfano, el enfermo olvidado y el perseguido inocente. ¡Ese es, ese es , Señor! VéR– lo Vuestra Seíloría; consulte ya lo que ha de hacer con ese pobre; piénselo despacio, mientras yo voy a pedirle en la oración dé a Vuestra Señoría la luz que necesita para su acertada resolución. Me salí de la sala con alguna prisa, y con paso acelerado me vine al Convento, me fui al coro, y postrado en tierra estaría un cuarto de hcra, pidiendo al Señor el feliz éxito de todo. Esto es lo sucedido. Quedó mi interior ¡oh Pa– dre mío, qué amargo! ¡Qué temeroso! ¡Qué turbado! Todo por si habría errado, y también por el ¿qué se dirá? ¿Qué resultará? Conocía ser mi amor propio que quería consuelo, y lo contenía desentendiéndo· me y renunciándolo. Mas me pareció bien ir a dar cuenta a su Ilma. de lo sucedido, y, con aprobaci ón del P. Guardián y en su compañía, así lo ejecuté. Referíle el sermón, el modo de él, la furia mía y to do el pasaje; parecióle bien y se alegró mucho; me aseguró no haber habido yerro en lo hecho . y aña– dió (¡ qué pronto reprendió Dios las puerilidades de mi aniñado espíritu!) que no había de buscar consue– los interiores en semejantes casos. Yo por abundan– cia, y por qué sé yo, le añadí hubérseme ocurrido es– ta especie consagrando en la Misa, distraído de la debida atención; que usted me lo había moderado a la prudente forma en que se hizo, por haber sido mi pensamiento dejarlo en el suelo. Me temo si erré en decirle estas cosas: si fué así, por Dios que usted no me perdone, sí que me castigue, como yo merezco. Después he sabido que los señores quedaron y siguen

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