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-122 - queñ;1 monta. Se me ha propuesto predicarles las obligaciones de un magistrado con Dios, con el rey y con el pueblo. Mas no es esto lo que consulto a usted; sí que, estando diciendo Misa el día 15, al ti empo de consagrar el cáliz, se me distrajo la ima– ginación, o se ocu rri ó al pensamiento, que esta pláti– ca la concluyese con arrojar o poner en el suelo de la Sala Capitular el Santo Cristo, como entregán– doselo, para que viesen lo que hacían. La noche del mismo día, rezando los maitines, se ocurrió con más fuerza lo mismo, y el modo de eje– cutarlo que fuese (poniéndolo enmedio) llamar con alguna expresión eficaz la atención de todos, para recopilar la doctrina de la plática en que aquel Dios crucificado es el Dios desobedecido, el Rey no aten– dido , y el pobre del pueblo abandonado. Y terminar así: Qué deban vuestras señorías hacer con ese Dios así ofendido, con ese Rey desatendido y con ese pobre abandonado, VV. SS. consúltenlo, mientras yo me retiro a la Iglesia o al convento a pedi r al Se– ñor les dé luz de lo que han de det erminar; y dicien– do esto salirme de la sala y veni rme . Siguió todo esto después del rezo y durante la visi – ta de altares, en la que, iodo metido en esto , se puso en el pensamiento, y no más esto: ; Hazlo!¿ No te lo digo yo? En el mismo modo decía el pensamiento lo contrario, fundado en mis justos temores; y se siguió un:; Yo te asistiré! Sacudía el pensamiento, y él pro– pio me satisfizo: Dilo a tu padre González.. Lo despreciaba, y no se apartaba esto de mí: ¡Hazlo por amor de Dios! Todo esto era una ocurrencia natural, al modo de los pensamientos inútiles que distraen en la oración; mas conocía yo en estas pro– puestas un como rendimiento o deshacimiento amo– roso en quien lo dijese, cual si alguno lo expresase al modo que cuando una criatura, o muy necesitada,
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