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- 121- lo que el Señor se ha reservado? Pues, a qué ese caimiento, esa ruindad de corazón y esa desconfian– za? Verdaderamente, como el Señor te conoce y hace empeño de sufrirte y tratarte como a niño, te acordó este pasaje de David (que tendrá sin duda en el día cumplimiento) para que calmase tu inquietud, propi a de un parvulito que llora, cuando le parece que no se le da por su padre el gusto que él quiere. Déjate, niiio mío, de serlo. Los varones de Dios , los fuertes hijos del grande y fuerte Dios, jamás se inquietan porque no van a su modo la,; cosas, porque saben que a ellos les toca hacer con indiferencia y gusto lo que manda su P adre, dejando a su cuidado y providencia el éxito. La Marquesa que pusiste a mi ca rgo y la novicia, que están aquí, no fo estuvie– ran tal vez si el Señor no te hubiera mandado a ese pueblo, que se quedó corno lo hallaste. Y pregunto: ¿fué poco fruto de tu Misión dos conversiones? ¡Oh cuánto vale una sola alma ! Arroja la red, que es lo que le toca al pescador; arrójal a en el nombre del que te dió este empleo, que el que te la mandó arro– jar en Ecija, sabe para qué, aunque lo ignoras tú. ¡Ten vergüenza, que a mí me la da de verte tan niiio, tan pusilánime, apocado y pegadillo a tí mis– mo! » (1) El fruto no se hizo esperar. « Ya parece- escribe el Beato Diego-se va conociendo algo el fruto de la palabra de Dios, aunque en lo principal y más gra– ve nada se ve de adelanto. Entre las fun ciones de esta tarea, tengo entendido por cierto que una será predicar al Ayuntamiento y sus capitulares en s u Sa– la a solas. Usted no ignora lo enredados que se hallan en bandos y pleitos, con otras cosillas de no pe- (1) «El Director Perfecto». Carta del 18 de noviem– bre, pág. 135.

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