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-118- Recibida esta celestial carta, el corazón del Bea– to se agiganta, y prorrumpe en estas expresiones sublimes: «Por el amor de estos-de los prójimos– he deseado nuevamente y aun he pedido el vivir hasta el d1a del Juicio para trabajar en beneficio suyo, sin otro estipendio que el de lograr su bien y el de en– grandecer a Dios; y también que me deje poner en la puerta del infierno para impedir a todos la entrada. Por el mismo fin quisiera me concediese el Señor el don de obrar milagros y esto es cosa que siempre me trae no sé cómo. Ate usted esto con mis obras ¡Qué inconsecuencia! Vamos a la Misión. Principió ésta la mañana del día de todos los Santos, con el sermón de memoria del terremoto, presente el limo. El no haber predicado jamás de esto, y el ver que nada se me ocurría, aun– que lo buscaba, me tenía como usted puede pensar de mi ruin corazón . Llegó aquella mañana, dije la Misa por el pueblo, mas sin asunto. Clamaba a Dios , represenhíndole su obra y esforzándola con las ex– presiones de usted. ¡Qué confusión! Póngome a pen– sar, dando unos paseos por el cuarto, y en el preciso tiempo de menos de una hora antes de ir a la Iglesia se ocurrieron especies que me admiraron y asombra– ron. ¡Bendita tal bondad! Volví de la Iglesia, y, estándome quitando el san– to Cristo, se me ocurrió en el pensamiento; c"No me das las gracias? r:No lo he hecho bien? Púseme de rodillas y dí brevemente al Señor las gracias. Es– tas ocurrencias no salen de la esfera de un natural recuerdo : nada oigo, ni entiendo sobrenatural; mas con la experiencia, y más por las expresiones de us– ted, creo firmemente es Dios el que lo dice, y así lo recibo y agradezco . La tarde siguiente, lunes, se hizo la publicación por las calles, llevando el Sr. Auxiliar el Santo Cris-

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