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-116- suya ser sus idoneos ministros. Sin ella ¿qué serás? Y con ella ¿qué no podrás? ¡Tú, siempre tú! Sin em– bargo de la continua, copiosa y tantas veces experi– mentada divina bondad, con que se sirve el Señor dar en tí y por tí poderosa virtud a su palabra, siempre que te envía a anunciarla te sobrecoges, te turbas y dudas de sus efectos. ¡Sí, sí! Debes hacerlo así; por– que ¿quién eres? ¿Qué ciencia es la tuya? ¿Qué vir– tud? Pero ¿necesita Dios de tu miseria, de tu ciencia, de tu virtud, de tu espíritu para dar cumplimiento a sus designios? Por lo mismo que eres el que eres, re– salta más en tí lo que Dios es, y lo que, usando de tu ruindad, puede; y, aunque no fuera más que porque el gran Dios fuese glorificado, debías embestir con denuedo, fuerte y generoso, a cuanto arduo te opon– ga la discordia radicada y poderosa de ese pueblo, a donde no vas, sino te envían. ¿Qué importa que an– de toda la ciudad abrasada de los odios y viciosas par– cialidades, y que los· poderosos del mundo las fomen– ten y las quieran conservar? ¿Podrán acaso más de lo que podrá (si es el Señor servido de darte su Es– píritu) su virtuosísima palabra? Sabes que te en,vía; crees que todo lo puedes si te conforta; pues ¿en qué se funda, ruinísimo corazón, tu disgusto de ir? Supongo que ya estarás ahí, y por lo mismo te dirijo esta, para que luego, luego que la leas, si pu– diera ser, te deshagas y abismes en el profundo de lo que es menos que la nada, que son tus miserias; y desde él te arrojes confiadísimo en el amable seno de la Providencia de Padre Dios que te ha llevado. Dé– jate confiadísimo conducir de ella en todo, todo cuan– to en el ministerio ocurra... Ecce ego ... Paratus sum et non sum turbatus ... Domine, quid me vis facere?y otros iguales sentimientos de un corazón fi– lial, dejado todo en las manos del Padre, hacen y de– ben hacer el fondo de tus Misiones, sin dar lugar a las

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