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XI a Cristo y de llevar su Cruz, y se llena de ideas im– pías y ele odios satánicos y de fermentos revolucio– narios, y se convierte en una veleta, que sólo se mue– ve al soplo de la moda, ese pueblo, conquistado espi– ritualmente, mediatizado y reducido a la infecundi– dad e impotencia, sin fuerzas para ceñir la coraza ni empuñar la Cruz, necesita mares ele sangre para re– generarse y el escarmiento necesario a los apóstatas de su fe y de su historia. Este es el caso de Espafia en el siglo XVIII, dejándose influir por la corriente del filosofismo, la impiedad y la revolución francesa. En el estallido de la revolución del 1703, en que muere en el cadalso Luis XVI , empieza verdadera– mente la historia novísima . La emancipación de la ciencia, de la literatura, del arte, del derecho, y, fi– nalmente, de las muchedumbres, va a cc.nmover a tocia Europa. Los reyes dejarán de ser absolutos para ser constitucionales; la soberanía pasará de las au– las reales a los Parlamentos; la nobleza perderá sus privilegios históricos; la Iglesia será clepojada de sus riquezas y verá desgarrado su regio 111a11to en estas convulsiones sociales, hasta que , abandonada y per– seguida por los poderes, vuelva a ellos sostenida por las muchedumbres: todo va a renovarse en este es– pantoso choque, y prepararse para la vicia moderna, asentada toda ella en la base inconstante y movedi – za de la opinión, a.-;í como la vida antigua se asentó sobre la autoridad. No es posible que un pueblo se aisle por comple– to de los grandes acontecimientos que conmueven al mundo, y menos de los fermentos revolucionarios, enérgicos disolventes de la fe, los tronos, la fuerza, los ejércitos y aun de las sociedades enteras. Mas así como ante la aparición del protestantismo Espa– ña encontró un Rey, que puso fronteras espirituales a una raza, y en su fe halló el preservativo de la he-

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