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-103- y aunque no turba la paz del corazón, con todo se– ha sentado esto no poco en lo vivo del alma . )) (1). La reprensión del P. González fué dura: «La de vuestra Paternidad del 22,-le escribe-que deseaba con ansia, me llenó de consolación, considerando lo que el Seiior le obliga; pero al mismo tiempo de tris– tísima amargura, conociendo con clara luz cuánto le ha engañado, con el especioso título de amor de los. prójimos, el enemigo; mas leyendo que. aunque tar– de, se somete a lo que en nombre de Dios le ordene, he cobrado segura esperanz¡:: que ha de ceder, a glo– ria del Señor y muy crecido bien de su alma, la in– fernal astucia. ¿Es posible, nieto mio de mi alma, que sin espe– rar la resolución del P . Fernández o la mia, se arroja– se por propio querer a dimitir la obediencia, renun– ciando y procurando recomendaciones para que le admitiesen la renuncia? Qué pudo usted alegar, aun– que lo leo en la carta de su Lector, no lo concibo; porque la vocación al ministerio de Misión, si es de Dios, no podía impedir la ocupación que ciertamen te· era de Dios, ni ésta servir de estorbo a aquél. ¿Puede haber duda que lo que los Superiores ordenan Dios lo manda? ¿La hay en que el verdadero religioso se debe cegar a su más leve insinuación? ¿Quién debe prevalecer: la voluntad expresa de los Superiores,. o los interiores movimientos de la propia, aunque se juzguen inspiraciones nada equívocas? Vues– tra Paternidad no pretendió el ministerio a que lo destinaron sus Prelados; le pareció que era supe– rior a sus talentos, o que era opuesto a su vocación,. o que debía renunciarlo para más servi r a Dios y a la Religión. En este conflicto ¿qué debía hacer? ¿Lo que hizo? ¿Para cuándo son, amado mío, l 1) Director Perfecto. Carta del 22 de julio de l 777.

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