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- 101 - .hallé algo de facilidad y me parece que oportuno. En -el púlpito me hallaba sin susto, temor ni cobardía; ha– blaba al Clero con mucho modo y veneración; pero -con un más que mediano ardor y actividad. El cómo esto se recibía lo dejaba al Señor. Me parece no veía .los mejores semblantes,-aunque después me aseg11ran el fruto. El amor propio daba sin cesar sus avances para turbar la paz; pero en medi o de mi amargura interior me acordaba de usted, (nunca lo olvido) y con sólo es– to me abandonaba en las disposiciones de Dios. De -esta Misión al Cabildo y Clero resultó me nombrasen los señores Examinador Sinodal de aquel Obispado, ,cuyo título hube de admitir por disposición superior, después de haber suplicado a los se!'iores que no me lo diesen. Lo segundo, que es el destierro temido, o la suspensión en predicar, hubo de nacer, no del se– ñor Gobernador, que, siendo como es, un señor timo– rato, celoso y religioso, y a quien debí especiales favores , le es impropio ese modo de pensar: sí a -otros, que, en vista del sermón que prediqué a la ciudad, o lo pensaron o lo apetecieron . En él dije la -culpa grave de un Senado en permitir la profana– ción de los dias festivos con los teatros, t oros, co– medias, etc. ; y con t oca r otros puntos semejantes con grandísimo ardor y vehemencia, nada resultó ¡bendito Dios! sino sólo lamentarse el Sr. Goberna– ·dor le hubiese hablado en público con tanta fuerza: .le satisfice, y quedó sosegado y en favor mío. En esta variedad de sucesos, y en los que se le agrega– ban, estaba el interior amargo, afligido y casi sin aliento, por el miedo de si habría errado, separ~1ndo– me del querer de Dios; por entonces clamaba me die– se luz, pues sr'ilo quería hacer su santísima voluntad. Los aplausos entre estas espinas no sé si llegaban ,al corazón ; creo las miraba con recelo y con horror,

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