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- 100- en el cual su corazón tierno, dando rienda suelta a sus sentimientos, de tal modo habló de los dolores de nuestro Seiior, que el Sr. Arzobispo, el Cabildo y el inmenso pueblo que llenaba e! trascoro rompieron a llorar amargamente, pues parecía que estaban viendo la Pasión al vi\'o. En medio de deshecho temporal, y lloviéndole todos los días, salió para Montilla, llevado por los Duques de Medinaceli y acompaiiado por ellos. En Ecija predicó en la parroquia de Santiago, en tres conventos de monjas y en la Escuela de María, y si– guió para Montilla, donde predicó una novena por encargo de los Duques. De allí salió para Sevilla y después para Cádiz. Novena en Cádiz .- «En Cádiz- escribe a su Di– rector- faltó poco para colocarme en los altares y para ponerme en un destierro: lo primero por la arre– batada e inconsiderada devoción del vulgo en toda clase de gentes, la que llegó a tanto, que el día úl– t imo de mi predicación hubo el Sr. Gobernador, p, r oficio propio , de enviar una escolta de ocho o diez soldados para que con bayoneta calada fuesen acom– pañando por las calles a este nuevo insecto de mal– dad y qué sé yo si también hijo de perdición. Aque– lla noche hube de esconderme en una casa particular, saliendo del convento a las once para excusar el bu– llicio del día siguiente, destinado a marchar. En Cádiz prediqué varios sermones extra de la furtción y novena a que fuí ll amado, y, a petición del Ilmo. Cabildo, hice cinco noches Misión reservada en su Catedral a todo el Clero, concurriendo de las comunidades los que gustaron o pudieron. Para esta Misión trabajé más en estudiar que en orar: no sé si faltaría al precepto de usted. Yo no lo olvidaba; pero era poco lo que hacía de oración, porque una interior zozobra, o no sé qué, me obligaba al estudio. En él
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