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X denes Religiosas, potentes y ricas, se han puesto a la vanguardia de la civilización, y, mientras cubren a la Península de admirables monumentos de la cien– cia y del arte, que convierten su suelo en museo y joyero de inestimable valor y a su pueblo en un gran santuario, donde se vive de un modo cenobítico, aus– tero y patriarcal, incuban allende los mares civiliza– ciones teocráticas, Arcadias cristianas, como las del Paraguay y la de los Ll1;1nos en Venezuela; el Ejér– cito y la Marina aun se consideran soldados de la Cruz de Cristo, y España es ré~petada, como una gran potencia europea, porque sus ejércitos y su pueblo son capaces de todas las empresas, y sus es– cuadras del Mediterráneo y del Atlántico quitan el sueño a la poderosa Britania . ¿Cómo se pudo venir abajo todo este inmenso imperio en un momento, y quedar la Monarquía es– pañola, primero envilecida y después destronada, y liquidarse el imperio colonial español con la indepen– den cia de América, y ser perseguida y reducida a la miseria la Iglesia, robadas y exclaustradas las Orde– nes Religiosas, el Ejército español desmoralizado y deshech,), hundida su marina en Trafalgar y el suelo patrio pisoteado en la Guerra de la Independencia? Antes de acusar a la Providencia de injusta con nuestro pueblo, es preciso demostrar cuales fueren nuestros crímenes, que tanto pesaron en la balanza divina para aniquilarnos, torcer el curso de nuestra historia y dejarnos hundidos en la impotencia e ignominia. Cuando un pueblo o nación abdica de su propia personalidad, y hace renuncia de la misión que le asignó la Providencia, y rompe con su historia, y reniega de su cultura, y liquida su ciencia, y bastar– dea su tradición literaria, y prostituye su arte, y en– cenaga sus costumbres, y se avergüenza de confesar

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