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-94 ~ El Sagrario de Sevilla.- Estaba de visita canó– nica en Sevilla el General de la Orden Capuchina, Rvdmo. P. Ewardo de Radkesburgo, el cual por el alto concepto que tenía de la santidad del Beato Die– go le cunsu ltaba en los asuntos más graves de la Or– den. El Beato iba a la Magdalena, predicaba, y, sudando y acalorado, sin consideración al tiempo lluvioso y frío, volvía de noche al Convento, evacua– ba la consulta con el Rvdmo., y se retiraba a la Igle– sia a orar, como de costumbre. Hallábase el Sagrario donde hoy está el altar de la Divina Pastora, ocupa– do entonces por la Inmaculada deMurillo, llamada del Padre Eterno. Sólo rasgaba las tinieblas la vacilante luz de la lámpara; y, escondido en un rincón, sin atre– verse a levantar sus ojos del suelo, meditaba sobre el texto de los Paralipómenos: «Si los cielos de los cielos no son, Señor, capaces de conteneros, ¿cuánto menos este templ o, que yo he edificado? )) Oyóse entonces una voz, desde el fondo del Sagrario, que le dijo: - Acácate a mí, Diego mío ... El Beato Diego se sintió arrebatar por una fuer– za invisible, que estrechaba su corazón contra el Sa– grario, y lo sostenía sobre el ara corno una leve plu– ma. Las frases de Samuel: «Hablad, Señor, que vuestro siervo oye, » fueron las únicas que acudieron a sus labios , y la misma voz de Cristo le dirigió es~ tas palabras: -<, Si en fuerza de mi amor a los hombres me quedé sacramentado con ellos en las Iglesias y Sa– grarios materiales, y en ellos recibo con agrado los obsequios que me rinden, ¿con cuánto más gusto y complacencia estaré en sus pechos, cuando este es el lazo con que prometí estar con los fieles hasta la tuvo que interrumpir, y el 77 la continuó, contándola por una.
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