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-!JO- puedo producir, lo fueran evidentísimos los que él mismo hace ver a cuantos le oyen, cuando toma en sus manos, epilogando la doctrina del sermón, la ima– gen del santo Crucifijo . Entonces es cuando el Es– píritu que le anima, le inspira y pone enl sus labios las palabras que predica se ma nifiesta sin embozo al– g uno, porque entonces, todo poseido'de él, se vierte en su exterior y se conoce hasta en el manejo de la santa imagen, hasta en los movimientos de su cuer– po, hasta en sus ojos y semblante. Este se aclara. se enciende y cubre de una agra– dable circunspección y majestad; aquellos brillan, -centellean, y, clavados en el Amado de su alma, brotan fuego. ¡Qué coloquios tan dulces con el Señor! ¡Qué reconvenci ones tan apuradas para inclinar so– bre el pueblo los efectos de su justicia o misericor– di a! ¡Qué afluencias tan naturales de su abrasado corazón! ¡Qué suavidad tan tierna se le ofrece para los pecadores! ¡Qué .. . ! Pero yo no puedo trn:ís que in-,inuar el manantia l de afectos que inundaba su pecho y salía por sus labios cuando Fr . Di ego to• maba el Crucifijo y le hablaba: su manejo, sus mo– vimientos, su gesto, todo él con el Setior es raro, es original, es singularísimo y aun irresistible, que ri1:– de aún al más duro y obstinado, si no a resolver w seria conversión , a lo menos confesa r en sus lágri – mas y confusión abatida de su rostro que debe con– vertirse. >) (1) Hasta aquí llega la narración del V. P. González, hermosa y animada, como todo lo que salió de aque– lla cálida pluma . Enfermedad.- AI quinto día de Misión-1776- cayó gravemente enftrmo de neumonía, quedando (1) Historia de l:1vida interio r y ex terior de l Beato Diego J. de Cadiz , ¡,or el P. Alcobe r. -Edición Torres Asensio, pág. 39-41.

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