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-89 - de fuego irresistibles... oí, gusté en sus dul ces pala– bras... advertí en la exactísima puntualidad con que· observaba las reglas y primores de la sagrada ora– tori a, en la expresión enérgica de la dicción, en el uso oportunísimo de las S;1ntas Escrituras, en el es– píritu con que hacía insi nuars~ en el corazón su ver– dad, en la eficaz persuasi ón de las máximas del cris– tianismo, y aun hasta en los movimi entos suyos natu– ral es, elocuentes por sí mismos, de rostro, cuerpo ,. manos ... Advertí, digo, un varón verdaderamente apostó– lico, ilustrado sobrenaturalmente y preparado del. Espíritu Santo en todas las gracias congruas para batir poderosamente en brecha y confundir el orgullo y pretendidd superioridad del siglo ilustrado . En compendio, tal vez para que yo inspirase alientos al. humildemente desconfiado de sí Misionero, quiso eJ. Señor que conociese, desde la primera \ ez que le oí, que en el púlpito era sólo clarín de que se servía y que alumbraba el Espíritu Santo , para dar cumpli– ··,miento a los designios de su Providencia, y est e co- nocimiento ha arreglado desde entonces mi conducta, en el gobierno de su persona y ministerio, en los co– piosos y utilísimos frutos que él mismo en todas sus cartas explica, y deben los qu~ las leyeren entender, que ni mío ni de Fray Diego es, sino de él, enviado y enseñado de Dios, y de mí, instruido del mismo para mi confusión, y para que , a glori a suya y bien de las almas, le alentase, le estimulase y con impe– r io le rindiese a su deber. Cierto yo, desde el primer sermón qae le oí, estoy de que él j amás predica, sino en él el Espíritu Santo, en cuyo conocimiento, como iré historiando, me han confirmado va r ios su– cesos que diré en su lugar y constan de sus cartas en muchas que me escribe: Y cuando no fueran tantos los testimonios que

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