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- 88 - -Santa Igl esia Catedral, con la circunstancia de que no precediesen, como era r egular, convocatorias pú~ blicas ni proces ión, sino que se había de presentar ,en el púlpito Fr. Diego y seguir por diez días predi – cando, luego que los señor es canónigos acabasen ·Completas. Hízose así, porque así quiso el Seiior que lo dispusiesen para que más visiblemente resul– t ase su glor ia y se diese a conocer admirable en su ministro. Ninguno en esta populosa ciudad conocía al Misionero capuchino; algunos tenían de él algu– nas noti cias vagas; no precedían a la Misión que comenzaba otras famosas que le hubiesen acredita– do; la presente era como ignorada en la ciudad mis– ma. Pero ¿fué acaso que predicase la fama del Mi – sionero, la preparación de los ánimos y la convocato– ria del pueblo? Digo lo que vi, lo que admi ra y l o que luego me dió cabal idea de la cua lidad del justo ministro que debía ay·1dar, anima r y resolver a com– batir co:1 tra el espíri tu de corrupción y de error que tanto cund e en nuestro siempre católico y piisimo reino, in troducido por el demonio y los ilustrados cie– gos del siglo . Predicó Fr. Diego l a primera tarde; fué numero– so el concurso, pero menor que los ámbitos del tem– plo; fuí a oirle, prevenido del juicio que de él había formado; y ya por lo que me había informado su di– rector y dirigido mío, el P. Fernánd 3z, ya por lo que yo había colegido por su trato y conversgción, ya por la cons ideración de su edad y poca práctica en su ministeri o, esperaba oi r a un orador celoso , eficaz y prevenido de buenas especies y sentim ientos de Dios, y por la gravedad y novedad del t eatro, so– brecogido algo y menos desembarazado, a lo menos aquella t arde pri mera. N\ as ¿qué oí? Mejor diré ¿qué ví? ¡Santo D ios! O í, ví en nuestro Misionero ... oí, v í, en sus palabra.; ... oí, sentí en sus expresiones
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