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-87- había hecho en Morón y otros pueblos, solicitó de su R. P. Provincial que se lo mandase, después de con– cluida la Cua:-esma de San Roque; deseábalo tam– bién el apostólico varón, pues, habiendo estado aquí en Sevilla el día de San Clemente del año, me pare– ce, de 1775, y asistido a la función de gracias que se haceen aquel día en que fué conquistada k ciu– dad, año de 1248, por el santo rey D. Fernando, y en el que se predica en la Catedral a presencia de los Ilustrísimos Cabildos y de numeroso concurso, por ser aquel sermón vulgarmente llamado el de la espada, siempre predicado por uno de los más acre– ditados oradores, me dijo Fr. Diego: «¡Cuánt<!> movi– miento he tenido de predicar, (s i Dios quisiera) a un auditorio como el de hoy! Haga el Señor su volun– tad, y mande aquí, si aquí quisiere que le sirva .)) Cumplió Di os uno y otro deseo, porque a fines de abril del año de 1776 llegó a predicar Misión nuestro Fr. Diego, habiendo tenido el Sr . Dean la sat,sfac· ción de haber traído a Sevilla a quien tanto la había de edificar con su ejemplo e instruir con su doctrina. El viernes en la noche llegó a su convento, y a la mañana siguiente se me presentó en mi colegio, rati – ficando su humildísima obediencia a cuanto quisiere disponer de él, dejándose en mis manos para que lo dirigiese. Fué esto con tanto ardor, verdad y humil– dad, que me confundí; y conociendo que era volun– t ad de Dios que yo ayudase a su siervo, sin embargo de ser quien soy, sentí mi alma movida a amar tier– namente la suya, y a tratarl e, como desde aquel día le traté, con la mayor resolución y libertad, quedan– do de acuerdo y manifestándome Fr. Diego que en todo quería negarse y nada hacer sin mi licencia y dictamen. Principió la Misión la tarde del martes de la pri– mera semana de mayo en el templo y Sagrario de la

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