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-77- Dios, que era prudente y celoso ministro, lo deseó por Director suyo, y, después de encomendarlo a Dios, se lo propuso y rogó con humilde instancia se hicie– se cargo de su alma y la dirigiese en su ministerio, que ya era, si no como después lo ha sido, de misio– nero por los puebl os de aquella serranía de Ronda. El P. Fernández, que conoció humilde lo que él era, y había formado altísimo concepto del espíritu de Dios que animaba a Fr. Diego, se excusó de su dirección, alegando también que, aunque quisie– ra servirle, no podía sin darme cuenta y esperar mi resolución, ofr eciéndole que, si yo le mandaba que le dirigi ese, lo haría confiado en el Seño r, que por mí se lo mandaría si fues e de su agrado. Con este motivo escribió el P. Fernández, informándome pro– lijamente de qui én era Fr . Diegc , y esta fué la pri– mera noticia que de él tuve; y, proponiéndome su ineptitud para hacerse cargo de un verdadero siervo de Dios y celoso ministro del Evangelio, me rogaba que, hecho cargo de todo ello y de la ejemplar vida y virtudes de Fr. Diego, pensase la resolución, que él ciegamente seguiría, como si se lo dij ese el mismo Señor. No sé qué especie de ansia sentí de ver, tratar y serv ir al Capuchino joven , de cuya conducta mecer– tificó el P. Fernández, mi dirigido; y queriendo dar– le gusto y ayudarle a sus buenos deseos en cuanto pudiese, ya que no inmediatamente po r la distancia , mediatamente por el que yo dirigía, pues no duda– ba que éste me preguntaría lo que en la de aquél dudase, me incl iné; pero antes le previne practicase el P. Fernández ciertos ejercicios, y me avisase de sus res ultas para determinar lo que fuese del agra– do de Dios. Obedeció el P. Fernández, y avisó de todo lo que le mandé , y, en su consecuencia, resolví que admi - s
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