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con mirada fija la contemplaba entreabrió sus ojos romo triste pajarillo y dulcemente se despidió de ella. Era s.u ardiente endecha de amor agradecido. «Adiós, adiós, adiós, Fray Masseo; adiós, adiós, adiós, Fray Angel, y la misma despedida hizo a Fray Silvestre y Fray Iluminado. Quedaos en paz, hijos amadísimos; Dios os bendiga, queridísimos. Adiós. Yo me separo de vosotros con el cuerpo, mas os dejo mi corazón. Yo me voy con el hermano Ovejuela de Dios. ¡Qué cariño tan amistoso no destilaba esa expresión en los labios del Padre que se despide entre suspiros de sus hijos muy que– ridos! El amigo no puede ni quiere separarse del amigo. Amábale y el amigo le comprendía; sufría y el amigo le prodigaba sus cuidados. La amistad prestaba delicadeza a sus manos, ;nuevo fuego a sus miradas, desconocidas tonalidades a su voz. ¡Fray León, Fray León, qué envidiable fue tu dicha! Yo me voy co;n el hermano O v e j u e l a d e D i o s , y me marcho a Santa María de los Angeles, y no retornaré más a este lugar. ¡Cómo llorarían la ausen– cia definitiva de su bondadoso Padre! ¡No volvería más! ¡No me veréis más! Yo me marcho; adiós, adiós, adiós a todos. Después, levanta sus manos, las tiende hacia la montaña y prosigue: Adiós, monte santo; adiós, monte Alverna; adiós, monte de los Angeles. Adiós, carísimo h e r m a il1 o H a l c ó n ; te doy gracias por el amor que has tenido conmigo. Adiós, S a s s o S pi ce o (la gran roca saliente); adiós, adiós, peñas– co que me acogiste en tu seno, quedando burlado el demonio; no nos volveremos a ver. Adiós, Santa 83

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