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El Pobrecillo Francisco caminaba sobre un asni– llo que por caridad un buen villano habíale prestado. Así entró el Divino Maestro en Jerusalén el día de su apoteósico triunfo durante su vida mortal. Jesús entraba triunfante para luego salir con la cruz sobre sus espaldas camino del Calvario, y Francisco, ya crucificado por manos del mismo Cristo, baja del Alvema para recorrer un camino triunfal, glorioso, antes de subir al trono del cielo en los brazos del A m a d o tan fuertemente querido por él durante la vida. Francisco sobre el pobre iumentillo, el villano tirando del ronzal y Fray León cerquita del amigo prodigándole los consuelos y la ayuda que su amis– tad le sugería. Cuadro de encantadora poesía. El mundo quizás ya iilO lo volverá a ver. Si la sangre del Seráfico Francisco volviera a caer sobre este mun– do de egoísmos, sobre esta sociedad corroída por la carroña maldita de la lujuria y del materialismo... El sol se ocultaba tras las altas crestas de la mon– taña rocosa. Sus rayos de fuego encendían gigantesca hoguera, se diría que los viejos robles eran la leña que aquella hoguera alimentaban. Con sus últimos resplandores iluminaba el demacrado rostro de Fran– cisco. La sencilla comitiva llegó silenciosame¡nte al úl– timo recodo del áspero camino desde el que podía divisarse la cima del Alverna. Francisco detuvo su cabalgadura, se volvió para mirar por última vez la montaña predilecta en la que el Esposo tan magníficamente habíale sellado. Mientras que 82

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