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bios eran movidos por las palpitaciones ardorosas y vehementes de aquél. No tenía tiempo para medir ni considerar sus escasas fuerzas, no pensaba en la pobre y flaca naturaleza humana. Fray León pensa– ría lo mismo, pero quizás tiemblan sus carnes entu– mecidas por el frío. ¿La perfecta alegría ha de con– sistir en ser tratados tan villanamente, con injusticia tan manifiesta? Por más que tiemblen las carnes del sencillo amigo de Francisco, Fray León, al escuchar– lo y más al escribirlo, debía obedecer ciegamente, porque su querido Maestro, su seráfico amigo, Fran– cisco, estaba en lo cierto, se hallaba en posesión de la verdad. Habían llegado a Santa María de los Angeles cuando Francisco puso final a su hermosísimo diá– logo con esta sencilla conclusión, eco emocionante de las palabras del gran Apóstol: « Y ahora oye la conclusión, Fray León. Sobre todas las gracias y dones del Espíritu Santo que Dios COíllCede a sus elegidos está el de vencerse a sí mismo y voluntariamente; y por amor de Cristo pa– decer penas, injurias, oprobios y desprecios, porque de todos los otros dones de Dios no nos podemos gloriar porque no son nuestros, sino de Dios, y por eso dice el Apóstol: ¿Qué times tú que no lo hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido de El ¿por qué te glorías como si fuera tuyo? Pero en la crµz de la tribulación y aflicción sí podemos gloriarnos, porque es nuestro, y por eso dice el Apóstol: Yo no quiero gloriarme sino en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, a quien sea honor y gloria por los siglos de los siglos. A m é n . » 79

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