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conocer en qué podía consistir la p e r f e c t a a l e - g r í a tan encomiada por su bienaventurado amigo. Podemos figurarnos cómo se hallarían aquellos cuer– pos extenuados por el cansancio y defendidos de los elementos con un pobre hábito empapado en agua. «Fray León, con grande admiración, preguntó a San Francisco: «Padre, te ruego en nombre de Dios que me digas en qué consiste l a p e r f e c t a a l e - grí a». Es de creer que no esperaría la respuesta que, por su parte, iba a darle San Francisco. Respondería el santo, no el hombre. El amor de Cristo, el amor de la santa pobreza, el despreciador de sí mismo, ha– blarían. ¡Amor de Cristo! ¡Cmz de Cristo! ¡Pobreza de Cristo! He aquí la fuente cristalina de su ins– piración. ¿Se hallaban próximos a Santa María de los An– geles cuando Francisco dictaba aquellas últimas es– trofas de su maravilloso canto a la p e r f e c t a a l e g r í a ? Es muy creíble. Y Francisco contestó: «Si cuando hayamos llegado a Santa María de los Angeles calados por la lluvia, ateridos por el frío, cubiertos de lodo y aquejados por el hambre llamamos a la puerta del Convento y el portero sale enfadado y nos dice: ¿Quién sois vosotros?, y noso– tros decimos: Somos dos de vuestros frailes; y él re– plica: No decís verdad, sois dos bribonese que andáis engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres... Marchaos de aquí; si entonces tanta in– juria y tanta crueldad las soportamos pacientemente, 77

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