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d e D i o s ! Aunque mis Frailes Menores hablasen con lenguas de ángeles y supiesen el curso de las estrellas y virtud de las hierbas, aunque les fuesen revelados todos los tesoros de la tierra... escribe que no está en esto la perfecta alegría». La inspiración de Francisco era cada vez más fuerte, más impresionante. Fray León seguía escu– chando a s.u amigo y maestro sin responder una sola palabra. Su veneración podía más que la ansiedad de su espíritu que asomaba por efecto de alguna duda solapada pero atrevida. ¡Oh, Fray León! Aun cuando los Frailes Meno– res supiesen predicar de modo que convirtiesen a todos los infieles a la fe de Cristo, escribe: No está en esto la perfecta alegría. ¿Tampoco en esto se halla la perfecta alegría?, se preguntaría el sencillo Fray León. ¿Pues qué, hay ocupación más sagrada para el hombre que predicar la fe de Cristo, que ganarle almas, muchísimas al– mas? ¿No vino para esto mismo el Hijo de Dios al mundo? ¿No son bie.naventurados los que evangeli– zan Sión? ¿No es alegría sana, justa y perfecta la que experimenta el predicador cuando palpa cómo el Padre Celestial bendice sus palabras? Maestro y discípulo tenían razón; pero el amigo Francisco subía más arriba, la cumbre en la que moraba era más clara, pura y deslumbradora. Fray León caminaba, Francisco volaba. Por espacio de dos millas Fray Francisco habló acerca de su tema favorito. El amigo Fray León in– terrogó con cierta timidez a su amigo santo y adies– trado en los caminos del Señor. Fray León deseaba 76

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