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a Francisco es necesario poseer una sensibilidad y una espiritualidad como él las comprendía. Fray León, su amigo predilecto, su confidente y conocedor de sus interioridades, comprendía lo que aquel quería decirle. Pero lo qt1e pedía, ahora Fran– cisco era duro, mortificante y, en apariencias, con– trario a lo que los hombres buscan y apetecen con ansias insaciables. Pocos pasos habían adelantado entre aquellos ba– rrizales, que apenas podía considerárseles como ca– minos ni tal vez senderos. Ni una estrella ni un lucero atravesaban con sus mortecinos rayos aquel montón de nubes cargadas de agua que dejaba caer ora con suavidad, ora como fuertes trallazos que iban a estrellarse contra los árboles y también con– tra la cara de nuestros viajeros. Francisco, con voz más ft1erte y poderosa, con acentos más persuasivos, volvió a reanudar sus diá– logos interrumpidos. ¡Oh, Fray León! Si los Frailes Menores supiesen todas las lenguas y todas las ciencias y toda la Es– critura, y aunque supiesen profetizar y revelar, no solamente las cosas futuras, sino también los secretos de las conciencias y de las almas, escribe que no está en esto 1a p e r f e c t a a l e g r í a . ¿Qué experimentaría Fray León al oir hablar a su querido Padre? ¿Qué emociones agitarían su es– píritu sencillo? Por mucha veneración que por el Maestro alegrase su alma, no alcanzaba las cumbres en las que aquél moraba. Los santos viven en ;una atmósfera muy superior a la en que nosotros nos movemos; es enteramente sobrenaturalizada. Ellos, 74

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