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Han caminado mucho; hora tras hora por el fan– goso camino. Todavía no se distingue el Conventico de la Porciúnaula; se diría que se aleja en vez de acercarse. Su silueta se halla oculta por la oscuridad de la noche cerrada y tormentosa. Silencio abruma– dor. Por el mucho lodo del camino no se distingu,3n los guijarros; nuestros viajeros tropiezan con fre– ouencia. No se escucha siquiera el ladrido del mastín que guarda el ganado y el sueño de los pastores y gañanes. El cansancio intenta apoderarse de nues– tros Frailes viajeros. Caminan en silencio. No se dirigen una sola palabra. Los corazones amigos y entregados a Dios se comprenden, se animan y con– versan, sin hablar. ¿Rezan? ¿Meditan? Fray León, ¿llegó a percibir la espinita de la ten– tación pretendiendo entristecerle? ¿Le mordió el des– aliento? Bien pudiera ser. Si así fuera, a no dudarlo, el frío le parecería más helador, la nieve más pe– gajosa, el viento más molesto y el fango más re– pugnante. ¡El hábito, empapado en agua, haría su andar más lento y pesado! ¡ Pobre Fray León! ¿Desfallecía igualmente Francisco? Su. cuerpeci– llo, trabajado atrozmente por la penitencia, ¿protes– taba? También 1os santos experimentan sus momen– tos de desaliento, que el demonio trata de aprove– charlos ventajosamente. Su reacción viene inmediata, violenta, heroica; el tentador, cobarde, huye vencido, avergonzado. Perdió la partida. El Pobrecillo Francisco intuyó, por lo visto, las Florecillas en su poético y encantador relato; nada de esto indican, pero así debió ser lo que pru,aba en lo interior de su carísimo amigo y trató de disi- 70

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