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draba el invierno ni era motivo suficiente para que interrumpiese su predicación por pueblos y aldeas. Entrada ya la noche, noche oscura, lluviosa, Francisco, acompañado de Fray León, regresa a la Porciúncula. Busca el descanso de la oración y de su sosegada comunicación con el A m a d o . Cala– dos por la lluvia, manchados de barro, los caminos, por aquel entonces, solían ser verdaderos lodazales; sangrantes los pies por efecto del frío helador qu:cJ los agrieta. Los dos amigos no dan importancia ~ tales sufrimientos y conversan de Dios. No es una ilusión; el Amad o camina en su compañía. Co~ invisible presencia camina con ellos aunque los ojos corporales nada vean ni el oído escuche sus pisadas, pero aviva el fuego de sus corazones. Fray Francisco y Fray León son como dos carbones encendidos por el fuego divino que el frío que los azota no puede apagar. Caminan decididos. El frío se hace más in– tenso, más penetrante, más helador; las ventiscas fla– gelan a los pobres viajeros rudamente y los copos de nieve se pegan duramente a sus remendados há– bitos. Fray León siéntese aterido, ¿se rendirá al can– sancio? Mira a su Maestro y se ve atraído por la corriente de simpatía qne fluye del corazón de Fran– cisco. Al mirarle, al escuchar sus pisadas se consi– dera dichoso y desprecia las molestias del camino fangoso, las inclemencias de los elementos. Su cora– zón se halla en íntima unión con el del admirado Maestro. En su interior se consuela diciéndose a sí mismo: V i v e e o m o F r a n e i s e o , m á s e n el cielo que en la tierra y el frío se tornará en fuego. 69

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