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saltaba de su mente y de su corazón a sus labios. Francisco cantaba, Francisco descubría la poesía que todas las criaturas atesoran, y la sentía porque amaba. Su amor había purificado sus potencias y sentidos; su amor prestábale armonías, voces, con– ceptos e imágenes sugestivos y arrebatadores. Los días claros, las blancas nubes, la noche bordada de lentejuelas luminosas, todo, todo le arrebataba. En el jardín de la D a m a P o b r e z a gozaba por adelantado de las dulzuras del paraíso. Cuántas veces el Hermano León, la Oveju.ela de Dios, escucharía, como hipnotizado por la presencia de su querido Padre, los desahogos amorosos de aquel corazón, rico venero de poesía ultraterrena. ¡Entonces su delicada amistad se vestía de nuevos y más brillantes resplandores y añudaba más la la– zada que fuertemente los unía! 67

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