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Con sus manos cultivaba el huerto, plantaba las flores y las regaba; al amanecer saludaba al Her - m a n o S o l y por la noche daba la bienvenida a la H e r m a n a L u n a . Se extasiaba oyendo al ruiseñor y con él competía, llorando de pena cuando tenía que declararse vencido. Francisco, en aquella evocativa soledad, preguntaba a las hermanitas flo– res en sencillo lenguaje popular lo que después un vate, tiernamente enamorado del amado Jesús, ri– maría en estrofas sublimes, nuestro San Juan de la CiiUZ: ¡Oh bosques y espesuras, plantados por la mano del Amado!, ¡oh prado de verduras, de flores esmaltado!, decid si por vosotros ha pasado. Y Francisco, espíritu sensible, delicado, esc:ucha– ba atento la respuesta de las flores, las hojas de sus corolas, inclinando con suavidad su tallo, en– viándole perfumadas ráfagas de delgado vientecillo, con voces que él sólo percibía con gran contento de su alma enamorada, repetían a porfía: Mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura, y yéndolos mirando, con sólo su figura vestidos Ti.os dejó de su hermosura. ¡Cómo saltaría de gozo escuchando tan finos acordes! Su amor se desbordaba y la inspiración 66

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