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idealizada y divina; el corazón agradecido del Maes– tro le hablaría palabras hasta entonces nl.k'lCa oídas, por lo menos, en cuanto a su confianza y su':l.vidad. El Padre y maestro le descubría parte de aquellos secretos deíficos que el Amado habíale revelado en aquel abrazo soberano. Al contacto de aquella carne crucificada experimentaría emociones desconocidas; al mirar aquella sangre, que el amor más íntimo hacía saltar de aquel pecho fortísimo, descubría otra sangre de precio infinito, la sangre de Cristo que de sus llagas goteó sobre las piedras del Calvario. ¡Con qué extremada suavidad no aplicaría las compresas de agua caliente a la llaga del costado en 103 mo– mentos de dolor humanamente insufrible! La amistad escuchará con atención cariñosa de los labios purificados del Maestro el relato emocio– nante de la impresión de las llagas, la visión del alado serafín. La amistad experimentaría el fuego abrasador del corazÓ.ll llagado de Francisco, percibi– ría las oleadas de amor divino saliendo de aquella dolorosa abertura. Todo quedaría grabado a fuego en la mente y en la memoria del amigo y, cuando el cadáver del Padre amado descienda al sepulcro y allí queden ocultas las señales de sus auténticas lla– gas, el amigo, todavía entusiasmado y como si lo estuviera viendo y palpando y aplicándole las com– presas mitigadoras de sus dolores, repetirá con de– lectación amor.osa y suave: Yo vi aquellas manos y aquellos pies llagados; yo toqué aquella llaga del costado; yo limpié sus hilos de roja sangre. Yo vi, Herma:nos, al Cristo de la Edad Media. De sus la– bios escuché el relato que acabo de referiros. 62
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