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dezas de madre, perfumes de flores, palabras de án– gel, suavidad finísima de gasa; derrama sonrisas y lágrimas. llora y canta, sabe sacrificarse hasta la extenuación física. No profiere una queja ni en su cara de hada celestial se dibuja un gesto repugnante ni menos cariñoso. Junto al amigo pasa los días y las noches y su presencia mitiga los dolores, suaviza el borde de sus heridas y endulza las amarguras. Suple a la madre cuanto es posible, aventaja a la hermana, se reviste de la hermosa y consoladora fi– gura de Cristo, del gran a m i g o d e 1o s h o m - b r e s . Con tal suavidad toca las heridas en carne viva que casi no se siente su contacto; prepara las amargas drogas y las hace dulces; el enfermo las toma sin repugnancia. Vela el sueño del amigo ren– dido por el dolor y, cuando despierta, su sola pre– sencia infúndele valor y confianza. * :;< * Francisco era un enfermo, su enfermedad era en– fermedad de amor divino, sólo el amor divino podía curarla o aliviarla. Pero, al mismo tiempo, su cuer– pecillo sentía las espantosas punzadas que a q u e - llas llagas impresas por el mismo Cristo le producen de continuo. No olvidemos que de su costado mamaba sangre. Francisco recurrió a la amistad de 1a O v e - j u el a de Di os , Fray León; tenía en su Ove– juela de Dios plenísima confianza. Fray León lo cuidará, aseará y consolará; Fray León será para él su madre, su hermana, su enfermero abnegado y 60
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