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La oración de Francisco era cada día más apa– sionada; los ojos de su espíritu veían en su terrible realidad la C r ,u c i f i x i ó n del Salvador. Ansiaba volar hacia él para desclavarle, aliviar sus dolores. * * * El amor lo vence todo... El Pobrecillo fue favo– recido por una visión maravillosa y que no acertaba a comprender. Un serafín con seis alas descendía volando del cielo y se dirigía hacia él. ¿Qué signi– ficaba aquello? ¿Qué nuevo sacrificio le pediría? El serafín únicamente cesó de volar cuando se hallaba muy cercano a nuestro Santo. Este lo podía distin– guir con toda claridad. No era en realidad un serafín, sino un hombre crucificado. Las seis alas se distribu.í8ill así: dos de ellas se extendían hacia la cabeza, otras dos se ex– tendían como para volar y las otras dos restantes cubrían amorosamente el cuerpo. ¿Qué quería significarle e 1 Amad o con se– mejante nunca vista aparición? Era Cristo quien en realidad se le manifestaba. Pero no era el Cristo agonizante; no era el Cristo saturado por el dolor. P,ues en su rostro se dibujaba gozo inefable y en sus labios aparecía sonrisa divina; de sus ojos salían ra– yos de luz. Visión desconcertante. Francisco no acer– taba a descifrar el enigma. ¡Obras maravillosas del amor divino! Los sentimientos contrarios llenaban su espíritu delicado y sensible: amor y compasión... Contemplaba la imagen de Jesús Crucificado y el dolor le embargaba; mas veíale alegre, sonriente, y el gozo se posesionaba de su espíritu. 57

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