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pureza y santidad, vio algunas veces a San Fran– cisco, arrobado en Dios, elevarse a menudo como tres o cuatro brazos, de suerte qoo Fray León sólo podía tocar sus pies. Procuraba acercarse, abrazar los pies del Santo y besarlos, y, derramando lágri– mas, decía: «¡Dios mío, ten misericordia de mi, pe– cador, y dame tu gracia por los méritos de este San– to Padre!» * * * Estas visiones, de cuya dulzura y suavidad par– ticipaba, avivaban su curiosidad, el ansia de otros nuevos pormenores de la vida íntima de San Fran– cisco. De modo que, en vez de volverse al momento, si Francisco no le contestaba, se acercaba más y más a la celdilla en que habitaba y husmeaba por las rendijas de la puerta lo qua en el interior sucedía. Gracias a esta desobediencia y a esta cmiosidad, que Francisco supo perdonar y disimular, sabemos la em– belesadora relación que a continuación copio; ella ofrece sabor de vino viejo, pero de exquisito paladar. «Pensando que s,u Maestro había salido al bosque para orar, y mientras le buscaba solícito por todas partes, he aquí que le oyó hablar, y acercóse para escucharle. Y a la luz de la luna le vio de rodillas con la cara y las manos levantadas al cielo, y oyó cómo decía estas palabras: ¿Quién eres tú, dulcí– simo Dios y Señor mío, y quién soy yo, vilísimo gusanillo de la tierra? Y repetía muchas veces estas palabras sin añadir otra cosa.» La curiosidad del amigo, Fray León, aumenta y se hace cada vez más ambiciosa de saber nuevas ca- 50

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