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dad, pero gratísima a los oídos; como colwnna de oloroso incienso saldría de aquellos labios purifica– dos por el mismo amor de Dios, subiendo en dere– chura al cielo. Para lograr sus santos pr.opósitos, Francisco bus– có con nimia solicitud por todo el monte el lugar más escondido y retirado. Al fin dio con él, pero una pr.of.unda y horrible hendidura ofrecía no pequeñas dificultades para llegar a él. Los Religiosos, deseain– do complacer a su querido Padre, a costa de in– creíbles esfuerzos que el cariño hacía tolerables, lograron tender, a modo de puente sobre el temeroso abismo, .un grueso madem. Triunfó la buena volun– tad. No sin peligro lograron alcanzar la orilla opues– ta; Francisco los animaba. Muy pronto estuvo ter– minada la celdilla, la D a m a P o b r e z a había sido su arquitecto y de sus tesoros inagotables había pagado los trabajos de los humildes operarios. ¡Ex– celente pagador es el amor de Dios! Francisco tomó posesión de aquella mísera habitación, si por tal puede considerarse, con bendiciones y cantos de ale– gría. ¡ Loado sea mi Dios por su generosidad! Admiremos la nueva y hermosa flor de amistad que brota del corazón de Francisco. Instalado en la celdilla dijo a sus discípulos: «Id a v,uestras celdi– llas y dejadme solo; que nadie se acerque a mí». 43

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