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LA CRUCIFIXIÓN Estaba próxima la fiesta de la Asunción de la Virgen Santísima a los cielos en cuerpo y alma. En ese mismo día comenzaba la Cuaresma de Sa.n Mi– guel, que Francisco ayunaba en honor del glorioso Arcángel de las Milicias celestiales. El Seráfico Pa– dre profesaba temísima devoción a San Miguel. Ni siquiera en estos momentos de mayor entre– gamiento a Dios podía vivir sin la compañía del amigo predilecto, de la Ovejita de Dios. Desde hacía mucho tiempo era su confidente, el conocedor de sus más íntimos secretos, su amanuense, su confesor. Todo se hallaba reunido en aquel corazón amigo, entregado en cuerpo y alma al servicio del Padre amado. Francisco reconoce otra vez más las buenas prendas de su amigo y le permite venga a visitarle y traerle el escaso alimento qt1e necesita para vivir, para sostener aquella existencia que se va extin– guiendo poco a poco. «Tú solo, Fray León, vendrás una vez al día y me traerás un poco de pan y agua, y otra vez por la noche para rezar conmigo los Maitines». Los dos amigos se buscan para cantar al unísono y movidos de los mismos sentimientos las alabanzas divinas, e 1 O f i c i o . Sinfonía sencillísima, es ver- 42

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